Siempre he dicho que “lo que no se mide, no se mejora”. Quizás la inversión más importante y rezagada que tenemos como país, es la inversión en educación. Por tanto, es fundamental que midamos los resultados de tal inversión. Para analizarlo podemos acudir al informe de PISA (Pruebas Internacionales de Evaluación de Estudiantes). Este estudio nos da la oportunidad de reflexionar sobre la calidad de nuestra educación, explorar maneras de mejorarla y, sobre todo, implementar los cambios necesarios para que nuestros niños y jóvenes tengan mejores niveles de aprendizaje. Medir cómo estamos en educación es el primer paso para mejorar.
Pero, además, esta medición permite vernos directamente al espejo, sin filtro alguno. Debemos tener claro que el actual sistema de educación es producto de décadas de historia. En los últimos 30 o 40 años, nuestros esfuerzos por mejorar el sistema no han sido suficientes para que podamos avanzar. PISA brinda la oportunidad de evaluar qué se ha hecho bien, qué se hecho mal y qué hace falta hacer.
El programa de evaluación internacional PISA fue desarrollado en 1997 y 1999 por OCDE. Se aplicó por primera vez en 2000 en un total de 32 países. El objetivo de esta evaluación era conocer el nivel de las habilidades y competencias lectoras, científicas y matemáticas que estudiantes de 15 años adquirieron al final de cierta etapa de enseñanza obligatoria. Se lleva a cabo en este momento, porque esta población está a punto de iniciar su educación postsecundaria para, eventualmente, incorporarse a la fuerza laboral.
PISA se realiza cada tres años, para que los países tengan la oportunidad de evaluar su desempeño y valorar el alcance de las metas educativas que se propusieron en cierto momento. Desde sus inicios, PISA ha sido un referente importante para que distintas naciones en el mundo puedan tomar decisiones sobre políticas públicas para mejorar los niveles educativos de su población.
En 2018, Guatemala participó en PISA-D, una adaptación de PISA enfocada en países de renta media-baja. En 2022, nuestro país tuvo su primera participación en PISA. Esto significa que tenemos la oportunidad de evaluar los cambios que ha tenido nuestro sistema educativo en el rango de cuatro años.
Los resultados para nuestro país muestran que estamos estancados. Si bien no hubo una mejora significativa, no muestran un rezago o caída fuerte. A pesar de que la pandemia de Covid-19 causó una disminución en los promedios a nivel mundial, de la OCDE y en Latinoamérica, Guatemala registró una mejora en sus resultados en comparación con los obtenidos en 2018. Nuestro país tuvo un incremento de 5 puntos en Lectura, 10 puntos en Matemáticas y 8 puntos en Ciencias Naturales.
Si bien estos avances son positivos, todavía estamos por debajo de las medias mundiales, latinoamericanas y de la OCDE. Guatemala se ubicó entre los últimos cinco puestos en el ranking PISA y mostró un desempeño más bajo que la media de los 81 países evaluados. Los resultados de PISA nos hacen ver que, en Guatemala, los jóvenes no están preparados para el demandante y competitivo mundo en el que vivimos.
La evaluación PISA nos pone frente al espejo y nos señala las áreas específicas que necesitan atención y mejora. Es un instrumento poderoso para identificar dónde estamos quedando rezagados y cómo podemos cerrar la brecha con naciones más destacadas en educación. Debemos soñar y ponernos metas retadoras. Podemos y debemos aspirar a alcanzar a naciones como Singapur o Nueva Zelanda, quienes se han esmerado por continuamente mejorar sus estrategias de enseñanza.
Los resultados de PISA deben ser un insumo para la próxima administración. Ojalá que, con el necesario sentido de urgencia, se implementen estrategias con impactos comprobados. Entre ellas podemos mencionar el aprovechamiento de la tecnología, conectividad en los centros educativos, uso de herramientas y aplicaciones de vanguardia en el aula, implementación de herramientas de capacitación docente y mucho más. Ojalá también que nos mantengamos alejados de la política y los cabildeos laborales para que la nueva administración pueda concentrar sus esfuerzos e inversiones hacia generar mejoras en los niveles de aprendizaje.
El sistema no lo podremos cambiar de un día para otro. Sin embargo, existen abordajes concretos que pueden y deben de ser implementados con prontitud. Estas estrategias nos permitirían avanzar decididamente para que podamos tener un mejor resultado en la próxima medición de PISA, en 2025. Parte importante de este proceso es ponernos metas de mejora realistas: ¿qué tenemos que hacer primero? ¿cómo logramos avanzar en tal meta? ¿qué estrategias concretas implementaremos?
Con el cambio de gobierno en el horizonte, los hallazgos de esta evaluación no pueden ser ignorados. Este es un insumo invaluable para nuestras próximas autoridades, y les permitirá establecer metas claras para establecer un plan de acción basado en estrategias comprobadas. Sigamos construyendo sobre los avances, pero aceleremos el paso. Nuestras próximas generaciones se lo merecen. Solo así podremos formar estudiantes capaces de enfrentar los desafíos del siglo XXI y del mundo laboral. Es una oportunidad crucial para moldear el futuro educativo del país y garantizar que nuestros jóvenes se conviertan en adultos de éxito, listos para contribuir de manera significativa a la sociedad. El futuro de nuestra nación empieza en las aulas.