En su canción “Si el norte fuera el sur” el cantautor Arjona hace una pregunta que resulta profética, por lo menos en cuanto a la política. En 1996, cuando la canción fue escrita, Latinoamérica aspiraba a implementar el modelo político estadounidense: moderno, basado en reglas claras y con pesos y contrapesos funcionales. Sin embargo, en lugar de aprender y mejorar, parece que el norte está adoptando las malas prácticas del sur. ¿Cuáles son los rasgos de ese denominador común hacia el cual la política del continente americano parece converger?

 

Latinoamérica siempre ha sufrido de altos índices de polarización. Sin embargo, en los últimos años, las redes sociales y sus algoritmos de provocación solo han venido a agravar el problema. Ese notable ⁠incremento en polarización parece haberse contagiado hacia Estados Unidos (EE.UU.), al punto de desbordar en conflictividad violenta. Sin entrar a los méritos, las protestas de “Black Lives Matter”, el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, etcétera, son síntomas de una población confrontada. Las personas parecen defender con fe ciega a sus caudillos y se ha perdido la capacidad de debatir pacíficamente sobre sus ideas y propuestas. El mismo presidente Biden ya reconoció el incremento de esta polarización e hizo un llamado a “enfriar” el tono de la retórica.

 

 

Esta creciente polarización ha tenido consecuencias graves, entre ellas, un preocupante aumento en la violencia política. El atentado contra la vida de un candidato presidencial y ex presidente, Donald Trump, el pasado sábado 13 de julio en Pensilvania, es un claro ejemplo de ello. Este terrible suceso nos recuerda el asesinato del candidato a presidencial del Ecuador, Fernando Villavicencio, el 9 de agosto de 2023. Y, si nos vamos a México, los asesinatos políticos también han sido parte de la “tendencia”. En este reciente ciclo electoral hubo 37 asesinatos políticos en México, pero no hubo un atentado contra un candidato a la presidencia. Pareciera que Estados Unidos adpota los peores patrones de Latinoamérica. La violencia política es repudiable y no debe de ser aceptada por ninguno de los países del continente.

 

La regla entre los países latinos es la incertidumbre de las reglas, veletas que cambian de manera antojadiza en beneficio del actor de turno, socavando así la institucionalidad. Resulta curioso que se planteen propuestas de reforma sobre el proceso electoral a escasos 4 meses de las elecciones nacionales de EE.UU. El “SAVE Act” aparentemente buscaba normar que solo ciudadanos legítimos y documentados pudiesen ejercer su derecho al sufragio. Tras su improbación, el padrón electoral se vuelve un cheque en blanco a 110 días de la elección. Este grado de incertidumbre electoral, inédito en la historia de EE.UU., seguramente excede los elevados estándares de sus pares del sur y abre la puerta para futuros cuestionamientos del resultado.

 

Para hacer más preocupante el análisis, los políticos gringos parecen haber copiado uno de los más corrosivos trucos de los políticos del sur. Se trata de la judicialización de la política y la politización de la justicia. Habrá quien señale que el péndulo de la justicia se empieza a alejar del centro con el nombramiento del presidente Trump de tres magistrados a la Corte Suprema de Justicia. La estrategia electoral del partido en el poder en EE.UU. se predicaba en la eliminación judicial de su adversario, emulando las prácticas de la infame Thelma Aldana o inclusive al ex presidente Giammattei de Guatemala. En lugar de competir en las urnas basado en sus promesas de campaña, promesas que igualmente son utópicas y que nadie pretende cumplir, la estrategia descansaba exclusivamente y con arrogante certidumbre, en la eliminación judicial de la competencia antes que tan siquiera iniciara la carrera.

 

⁠Se suma a esta lista el preocupante mimetismo de la mala práctica de protección de los “príncipes”, léase los familiares del jeque de turno. Tantos casos que podemos citar: Junior, Otto Jr., Miguelito, etc. todos parecen haber sido beneficiarios de la protección de sus respectivas majestades. Sin entrar a los méritos, pero 51 agentes de inteligencia afirmando que la laptop era una operación de desinformación rusa parece una estrategia deliberada de protección. Tampoco se puede ignorar el hecho que se reciban pagos de actores de los gobiernos de China, Ucrania y Rusia con poco escrutinio y sin creer que puedan representar un conflicto de interés. Son cosas a las que ya nos habíamos acostumbrado en nuestros países pero que no dejan de sorprender al reconocer los mismos patrones al tornar la mirada hacia el norte.

 

Digo todo esto no como un tema a favor o en contra de algún caudillo particular. Lo digo con enorme preocupación al ver como se desvanece el ejemplo de democracia republicana al que aspirábamos a nivel global, particularmente en Guatemala. Es increíble ver el grado de corrosión institucional del país en el que viven connacionales que aportan 20 por ciento de nuestro PIB en remesas y quien nos compra el 40 por ciento de nuestras exportaciones. El hecho que tan siquiera se comente la posibilidad de fraude electoral en EE.UU. ya es una enorme señal de alarma. La democracia depende críticamente de esa confianza que se deposita en las urnas, asumiendo el debido funcionamiento del sistema y que se respetará la voluntad del pueblo expresada en el voto. Parafraseando a Agustín Carstens, cuando a Estados Unidos le da un catarro, a nuestros países les da pulmonía. La tendencia del nuevo Estados Unidos de “Latino” América es algo que nos debe de preocupar como país, como región y como mundo entero.