Las galletas con chispas de chocolate son mi perdición. Puedo comer una, luego otra y luego otra, y pierdo la noción de cuántas llevo. Las mejores galletas son aquellas que están en el punto ideal, no sobrecocidas, pero tampoco crudas. Pero llegar a esa galleta perfecta, no es cosa fácil. Se necesita un horno que alcance la temperatura correcta durante el tiempo requerido. De manera similar, construir un sistema educativo sólido y efectivo es como hornear esas galletas perfectas; requiere de los ingredientes adecuados y, sobre todo, una inversión constante en calidad y supervisión.

 

En Guatemala, la educación es el ingrediente fundamental que moldea el futuro de nuestra sociedad. Al igual que en la cocina, alcanzar ese “punto ideal” demanda un esfuerzo continuo y un compromiso decidido para dotar a nuestros estudiantes con las competencias necesarias para triunfar en un mundo cada vez más desafiante.

 

En el caso de las galletas, ¿qué sucede si el horno no alcanza la temperatura correcta o si sacamos las galletas antes de tiempo? Seguramente será masa añejada la que comeremos y no galletas debidamente formadas y cocinadas. Lo mismo sucede en la educación cuando la escuela no reúne las condiciones necesarias para ofrecer la calidad educativa correcta o cuando los niños abandonan la escuela antes de tiempo.

 

En los últimos tres años, tras la llegada de la pandemia del Covid-19, nuestro horno se ha arruinado. No ha logrado alcanzar la temperatura adecuada para sacar esa galleta perfecta. En este tiempo, millones de galletas han quedado mal cocidas. Se añejaron, pero no se hornearon. No es que el horno haya estado en buenas condiciones pre-pandemia, pero ciertamente hubo una caída drástica de la temperatura.

 

Lamentablemente, ya empezamos a ser testigos del daño que dejó la suspensión de clases presenciales durante la pandemia. Recordemos que, en los últimos tres años, la modalidad de entrega educativa cambió por completo. Niños, jóvenes, padres de familia, cuidadores, autoridades del Ministerio de Educación y maestros, nos tuvimos que adaptar en el camino a recibir clases a distancia. Ninguno de nosotros estaba preparado para esa brusca transición. En el camino nos tocó improvisar y atender la emergencia con los recursos que ya teníamos. A pesar de los esfuerzos, los retrocesos en el aprendizaje de nuestra niñez y juventud son notorios.

 

¿Cuántas galletas salen buenas y cuantas quedan crudas? Según las Pruebas de Diagnóstico a Graduandos del 2022, el porcentaje de estudiantes que alcanzaron un nivel de logro es de 30.8 en lectura y 14.0 en matemáticas. Son porcentajes verdaderamente bajos y que representan una caída 6.2 puntos en lectura y una leve mejora de 0.4 puntos en matemáticas al comparar contra el resultado del 2019. Sin embargo, dicha comparación ignora los avances y tendencia positiva que se estaban logrando del 2019 al 2021. Según cálculos de Empresarios por la Educación, si extrapolamos la tendencia al 2022, la caída contra la proyección es de 13.3 puntos en lectura y 5.5 puntos en matemáticas.

 

Sin duda, es una gran pena que los pocos avances que estábamos logrando hayan sido truncados debido a los encierros que implicó la pandemia. Hay un evidente rezago en el logro de competencias. Pero es hora de remediar y de recuperarnos. Tenemos en frente una nueva emergencia que hay que atender con alto sentido de urgencia. No podemos dejar de lado la educación y formación de nuestros niños y jóvenes. ¿Qué le depara a nuestro país sino logramos tener ciudadanos capaces de enfrentar el mundo de mañana?

 

Es momento de pensar fuera de la caja y participar en el diseño de soluciones. ¿Podremos aprovechar plataformas de aprendizaje en línea y accesibles desde nuestros dispositivos móviles? ¿Podremos activar apoyos de docentes retirados de nuestro u otros países que nos apoyen como tutores o mentores? ¿Cómo podemos aumentar la temperatura o tiempo de nuestro horno educativo?

 

Si bien la pandemia nos planteó desafíos sin precedentes, también nos mostró que somos resilientes y que podemos afrontar los retos que nos lanza la vida. Es crucial recordar que la educación es el cimiento de un futuro próspero y exitoso para nuestra nación. Si trabajamos juntos y si ponemos la educación como prioridad, podremos superar los obstáculos actuales y ofrecer a nuestros niños y jóvenes las herramientas que necesitan para triunfar en un mundo en constante evolución. Si no se activa un proceso remedial, a gran escala y de manera urgente, el daño será permanente. La inversión en educación es una inversión en el futuro de Guatemala, y debemos tomar medidas con la urgencia que esta causa merece.