No tengo dedos suficientes, entre las manos y los pies, para contar la cantidad de partidos políticos que buscarán colocar a sus candidatos en distintos puestos a través de las elecciones populares este 2023. Cada uno de ellos nos venderá la idea que tienen un plan para atender las imperiosas necesidades de nuestro país y que serán ellos los indicados para ejecutarlo.

 

El próximo 25 de junio, los guatemaltecos tendremos que elegir a nuestro nuevo binomio presidencial, 340 alcaldes municipales, 160 diputados para representarnos en el Congreso de la República y 20 representantes en el Parlamento Centroamericano. Durante los próximos cuatro años, estos funcionarios públicos tendrán la responsabilidad de dirigir el país y velar por su resguardo y desarrollo.

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El sábado pasado inició la fase de inscripciones a candidatos, la cual culminará el 25 de marzo. Se estima que serán cerca de 29 agrupaciones políticas las que participarán este año en la contienda electoral. Esto es un aumento del 61 por ciento desde los comicios del 2011. Una cantidad abrumante (y ridícula) de agrupaciones políticas.

 

En nuestro país, lamentablemente, la mayoría de partidos políticos son de reciente creación, carecen de estructura y mecanismos de meritocracia, profesan ideología y valores pero no los practican, y, lo más preocupante, la reconocida honorabilidad brilla por su ausencia. Más bien son vehículos electoreros con el único fin de colocar la mayor cantidad de piezas sobre el tablero de juego. Para lograrlo, se financian, en creciente medida, de fuentes ilícitas, las cuales buscan un “retorno” sobre su inversión. El narco busca la protección de sus rutas y poder seguir operando sin perturbación. Los “clepto-sarios” invierten en campaña para repagarse con obras o contratos sobrevalorados (como Odebrecht). Ojo, les digo “clepto-sarios” porque ninguno de ellos puede llamarse un “empre-sario”, ya que no emprenden ni se arriesgan en la competencia del libre mercado. Financian para ganar el privilegio de un extra-margen ilícito en exclusiva.

 

Los partidos políticos se han convertido en vehículos, en los que clanes familiares, clanes “clepto-sariales” y clanes criminales convergen en la búsqueda por cooptar espacios y lograr sus objetivos. En la actual dinámica no figuran las necesidades de los guatemaltecos salvo para alimentar la creatividad de las propuestas populistas. Se dedican a la demagogia y a la oratoria, arman planes de trabajo adornados con palabras bonitas y promesas sin respaldo, que poco nos sirven como país. Sus propuestas tienen tanta profundidad como las pancartas en que están impresas.

 

Entre más lo pienso, más me convenzo de que los políticos no deberían ser los dueños de nuestro plan nacional de desarrollo incluyente. La realidad es que no pueden existir 29 fórmulas de desarrollo. Debe existir un solo plan de nación y deberíamos evaluar el grado de compromiso con dicho plan y la capacidad de ejecución del mismo plan. En esa evaluación de capacidad de ejecución se sustraen los compromisos con aquellos financistas de fuentes ilícitas que esperan un retorno sobre su inversión.

 

La esencia del plan de nación debe ser algo que nos aglutine, ya que, entre los guatemaltecos de bien, hay muchos más puntos de coincidencia que de divergencia. Sin embargo, los políticos buscan insertar cuñas para ampliar pequeñas grietas entre nosotros y convertirlas en factores diferenciadores. Alternativamente, se inventan propuestas anti-técnicas e insostenibles, como regalar la electricidad, lo cual nos mete en interminables debates con aquellas víctimas seducidas por los cantos de sirenas populistas.

 

Ya existe una agenda de trabajo que puede servir de base para dicho plan, la propuesta de “Guatemala No Se Detiene”. Esta busca potenciar la economía de nuestro país, para así lograr el desarrollo incluyente de todos los guatemaltecos. Ciertamente tiene muchas oportunidades de mejora y requiere de los insumos de más guatemaltecos. Pero, al haber sido diseñada por consultores internacionales especializados, de manera muy técnica y de forma ajena a la política, es una base sólida desde la cual podemos construir.

 

¿Qué pasaría si los buenos ciudadanos guatemaltecos nos comprometemos con un plan de nación? ¿Qué pasaría si evaluamos a los políticos exclusivamente por (i) el grado de compromiso con dicho plan y (ii) su capacidad de ejecutar dicho plan? Como decía, para evaluar la “capacidad de ejecución” tendríamos que sopesar los factores que suman capacidad: (i) experiencia ejecutando proyectos exitosos en lo público, (ii) experiencia administrando proyectos complejos, (iii) integración del gabinete propuesto y complementariedad de sus habilidades, etc. También los factores de contrapeso que restan capacidad, entre ellos: compromisos adquiridos con los “clepto-sarios”, grado de cooptación del partido por el narco, etc.

 

En fin, los guatemaltecos tendremos un año movido e interesante. En los próximos meses, tendremos la importante tarea de evaluar bien a los políticos. No nos dejemos llevar por promesas vacías y cantos de sirenas. Analicemos qué tan realista es su plan de trabajo y si verdaderamente resuelve las necesidades de nuestro país. Evaluemos su perfil y su grado de compromiso. Cuestionemos sus intenciones y veamos quiénes están acompañándolos. Su participación, ¿se trata de un negocio personal o es un verdadero compromiso por mejorar nuestra nación? Nuestro voto tendrá grandes repercusiones. No lo desperdiciemos.