El mes pasado, nuestro país registró una cifra récord en la recepción de remesas. El Banco de Guatemala determinó que fueron recibidos cerca de US$1180.7 millones. Esto significó un aumento de 30 por ciento en las remesas, respecto al 2021. Sin lugar a duda, nuestros hermanos chapines en el extranjero son unos campeones y valientes. Las remesas lícitas son el resultado del arduo trabajo duro y sacrificio, gracias a todos estos compatriotas que han dejado todo con tal de superar su calidad de vida y la de sus familias.

La recepción de remesas familiares no se detiene, como se observó en enero

 

Según cifras del Banco Mundial, Guatemala es uno de los cinco principales países latinoamericanos receptores de remesas, después de México (el número uno) y antes de República Dominicana, Colombia y El Salvador. Este dinero proviene de guatemaltecos migrantes en el extranjero, principalmente Estados Unidos. Se estima que cerca del 6 por ciento de la población guatemalteca se encuentra en Estados Unidos. La mayoría de ellos se fueron en búsqueda de mejores oportunidades y, periódicamente, envían a sus familiares remesas para aportar desde lejos. Sin embargo, la migración no es la panacea. Si bien estos recursos les permiten a sus familias salir adelante y contribuyen a dinamizar la economía nacional, conllevan consecuencias negativas que debemos analizar.

 

La primera y, en mi opinión, más importante, es la inmensa fuga de talento de la que hemos sido víctimas desde hace décadas. Perdemos a los guatemaltecos más trabajadores y con mayor iniciativa de superación. El país invierte en su desarrollo inicial, pero no se beneficia ni de su productividad ni del pago de impuestos de estas personas. De igual forma este ingreso de divisas, sin producción o productividad asociada, crea una economía “artificial”. Lleva a sobrevalorar nuestra moneda y esto, a su vez, genera una pérdida de competitividad en las exportaciones, sofoca la economía real y crea el riesgo de dependencia a las remesas en el largo plazo.

 

Desde una perspectiva social, la migración causa la desintegración de las familias. Muchas comunidades se quedan sin figura paternal, causando un daño psicológico en generaciones enteras. Ciertamente las remesas se convierten en un gran apoyo para la economía familiar, sobretodo para esas madres que se quedan atrás y solas. Sin embargo, generan dependencia entre quienes se acostumbran a tener un flujo de ingresos garantizado. Muchos niños, luego jóvenes, que crecen en hogares monoparentales, no sienten la necesidad de estudiar ni trabajar (nini’s), porque están cómodos. Debemos reconocer que todo este dinero se va a gasto y no es invertido en iniciativas de largo plazo como la educación y el ahorro. Como tema adicional, se debe visibilizar la gran cantidad de problemas que se generan en las comunidades, debido a flujos ilícitos disfrazados de remesas (lavado de dinero).

 

La única manera de frenar la migración irregular al norte es creando las condiciones adecuadas para que las personas prosperen en sus mismas comunidades. Y, ¿cómo lo logramos? Con empleos. Necesitamos que los guatemaltecos puedan tener una vida digna en la tierra que los vio nacer. Quiero ser muy claro. No demerito en lo absoluto los esfuerzos y sacrificios de nuestros hermanos guatemaltecos. Sí, es sumamente positivo que las remesas ayuden a familias a salir adelante y que, en estos momentos, estén contribuyendo a la reactivación de nuestra economía. Pero tenemos que dejar de romantizarlas. Tenemos que empezar a leer entre líneas y analizar cuáles son, en realidad, las consecuencias. No podemos tener un país fuerte, si seguimos perdiendo a nuestros compatriotas más trabajadores y productivos, hacia el extranjero. Tenemos que definir las soluciones prácticas para generar empleos de valor, para que todos los chapines vivan una vida digna y construyamos el país que tanto soñamos, sin necesidad de dejarlo.