El 2022 arrancó con incertidumbre e intranquilidad. Algunas ciudades del mundo han optado por retomar las restricciones por el aumento de casos de la variante Omicron de Covid-19. Todo esto pone en tela de duda un asunto de vital importancia para nuestra sociedad: ¿Cuándo deben regresar a las aulas de clase nuestros niños y jóvenes?

 

Es innegable que la pandemia ha tenido consecuencias nocivas para nuestra población más vulnerable, en especial los más pequeños. Previo a la pandemia, los años de escolaridad en Guatemala llegaban apenas a 6 años, contrastante con los 12 años que acumula Chile. Sin embargo, preocupa que el nivel de escolaridad de países de la región ha caído dramáticamente debido al cierre de las aulas. Según un estudio del Banco Mundial, de permanecer cerradas las escuelas 13 meses (tiempo que ya superamos), los años de escolaridad en Guatemala llegarían escasamente a 4. Esto, a su vez, se ha traducido en una afectación en los niveles de aprendizaje que, de por si, ya venía en decadencia previo a la pandemia. Lamentablemente no contamos con las mediciones que nos permitan demostrar la gravedad del asunto. De lo poco que tenemos, se perciben graves retrocesos en el aprendizaje. Este daño es de proporciones inimaginables para nuestra sociedad, una catástrofe indescriptible.

 

Pero el retraso en el aprendizaje no es lo único que preocupa. Se hacen evidentes secuelas en la salud mental de los niños y jóvenes. La Asociación Pediátrica de Estados Unidos recientemente declaró un estado de emergencia por el abrumante aumento de pacientes con episodios de crisis mental en los hospitales. Según la C.D.C., los intentos de suicidio en adolescentes de 12 a 17 años han incrementado. Por ejemplo, en niñas de dicha edad aumentó un 51 por ciento de 2019 a 2021. En nuestro país no se publican datos comparables de salud mental en jóvenes. Sin embargo, los escasos datos disponibles, como el incremento de 31 por ciento de 2020 a 2021 en muertes causadas por asfixia por suspensión (ahorcaduras) en niñas de 10 a 19 años (CIPRONEDNI), apuntan a que la situación es un tanto similar.

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Nuestros niños y jóvenes necesitan regresar a sus aulas con urgencia. No solo para que puedan continuar con su aprendizaje, sino también para mejorar su bienestar. Para la mayoría de ellos, la escuela es un refugio en el que se sienten seguros junto a sus pares y maestros, les permite aumentar sus habilidades blandas y de socialización, además de que cuentan con acceso a ciertos servicios de alimentación y salud. El miedo a la variante Omicron no es excusa para que sigamos atrasando la apertura de las escuelas.

 

Toda evidencia apunta a que Omicron es más contagiosa pero menos letal. Los niños, salvo aquellos con ciertas precondiciones, son mucho menos propensos a ser afectados por el virus (en cualquiera de sus variantes). Además, 89 por ciento de los maestros de Guatemala tienen un esquema de vacunación completo, lo que quiere decir que esto tampoco es excusa válida.

 

La opción de vacunar a nuestros hijos es una buena medida de prevención ante esta pandemia. La vacunación es gratuita y ampliamente disponible. Como padres, es nuestra decisión si queremos o no vacunar a nuestros hijos, aún y cuando los niños son menos afectados por este virus. Ojalá que el gobierno ofrezca la opción de vacunar a niños más pequeños, y no solo los de 12 años para arriba. Si, como padres, nos preocupa que los niños van a regresar de la escuela contagiados, entonces la solución es clara: vacunémonos. Pero es totalmente inaceptable que, conscientemente, vedemos que nuestros hijos atiendan a la escuela con tal de no vacunarnos.

 

No es fácil cuando se debe escoger el menor entre dos males. El punto más importante es que el cálculo debe de ser uno de minimización de daños. En ese sentido, tenemos que entender que es más el daño que les causamos al privarlos de su educación, que el riesgo de enviarlos a la escuela. Pesa más el daño que le causamos a toda la sociedad al crear una generación de analfabetos. En Estados Unidos el daño al aprendizaje ya está siendo evidente. Uno podría argumentar que nuestra educación virtual no es del todo comparable a la educación virtual de Estados Unidos. Se podría concluir que nuestro caso es muchísimo peor.

 

En los últimos dos años hemos pasado momentos sumamente difíciles enfrentando esta pandemia. No obstante, hemos enfocado nuestros esfuerzos en minimizar la propagación del virus (lo cual, quizá fue correcto al inicio). Sin embargo, ahora debemos de enfocarnos en minimizar el daño que el Covid19 le hace a toda nuestra sociedad. Y parte de ello es el inmenso daño que se la hecho a esta generación de niños y jóvenes al mantenerlos lejos de sus clases. Hemos aceptado dañar más a estos niños, para dañar menos a la generación de adultos, y pienso que no hemos dimensionado las consecuencias que ello implica.

 

Cuando estamos en crisis, nos enfocamos en el momento. Pero, la forma real en que debemos enfrentar estos problemas, es evaluando el impacto que esto tendrá en la sociedad en los próximos 50 años. Si tenemos en mente ese horizonte, se le daría más importancia al resguardo de nuestros niños y jóvenes, y a devolverles el privilegio de regresar a su escuela. Ojalá este 2022 la situación cambie, aún hay tiempo para salvar a el futuro de nuestros niños y jóvenes. Que no pasen a la historia como una generación perdida.