Los escándalos de corrupción en FIFA no son noticia. Lo que es novedad, y muy lamentable, es que funcionarios públicos guatemaltecos –incluyendo a un magistrado suplente de la Corte de Constitucionalidad- supuestamente estén involucrados. ¿Cómo hemos permitido que personas inescrupulosas se filtren de esa manera a las posiciones más altas de nuestro sistema? ¿Será posible que algún día lleguemos a ser una nación honesta, en lugar de un país caracterizado por sus altos niveles de corrupción?

 

Desde hace varios años el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional mide los niveles de percepción de corrupción en el sector público del país. Actualmente Guatemala se encuentra en la posición 115 de los 175 países que evalúa este índice. Aunque nuestro país mejoró 8 posiciones respecto al año pasado, sigue siendo una de las naciones más corruptas según esta evaluación. Las consecuencias de la data revelada por el IPC son graves. Por cada cinco puntos que empeora la percepción de corrupción en Guatemala, la Inversión Extranjera Directa (IED) se reduce en 6.58%. Dicha disminución de la IED repercute negativamente en el potencial de generación de empleo y, por tanto, en la calidad de vida de los guatemaltecos.

 

Una nación permeada por la desconfianza no puede avanzar como economía, como sociedad y como país. Las grandes incógnitas son: ¿Cómo recuperamos la confianza en nosotros mismos en todos los ámbitos? ¿Cómo podemos pasar de resaltar lo negativo, a promover lo positivo? Sin lugar a dudas, la lucha contra la corrupción debe continuar, pero más allá de una protesta constante, es importante que empecemos a pensar cómo lograremos llegar a ser una nación honesta.

 

Según el académico Regino Navarro Rivera, la honestidad es aquella conducta “que se adecua tanto a la justicia, como a la ética y a las costumbres rectas”. Una persona honesta es íntegra, vive lo que habla y habla lo que piensa. Por tanto, ser honesto implica cumplir con el deber, expresarse y obrar con sinceridad, actuar con decencia y honradez, no aparentar ni exagerar, ser auténtico y ser coherente. Ser honesto es ser transparente. Lou Tice, co fundador de The Pacific Institute, decía “nuestros pensamientos presentes determinan nuestro futuro. Entonces, si realmente queremos un mejor futuro, empecemos hoy. Usemos el poder de nuestra mente primero para visualizar el cambio, después, vivámoslo. El propósito es muy poderoso”. Visualizar el escenario que buscamos y afirmarlo como una realidad presente, es una técnica para poder alcanzar nuestras metas. Me pregunto entonces, ¿no será momento de empezar a visualizar esa nación honesta que soñamos?

 

Una nación honesta se integra por personas que actúan apegadas a ciertos principios éticos. Evaluar si somos una nación honesta implica que todos nos sostengamos un espejo enfrente para evaluar nuestro comportamiento, en lugar de criticar a otros sectores y actores de la sociedad. Me parece que el “Pacto de Ética” presentado por CACIF, nos da una guía de lo que quiere decir el buen actuar de una empresa. El reto ahora es evaluar el desempeño ético de las empresas contra ese pacto que ya se firmó. A nivel mundial existen referencias en ese sentido, como el Soft Power Index 30. En este se lleva a cabo una encuesta para encontrar la percepción sobre el papel que las empresas tienen para generar un mejor país. Por otro lado, el Foro Económico Mundial hace énfasis en este tema dentro de su encuesta, preguntando cómo se evalúa la ética de las empresas. Dicha evaluación es llevada a cabo por los mismos empresarios, lo cual no permite conocer la opinión de otros actores de la sociedad. Sigamos planteando y buscando esquemas que nos permitan evaluar nuestro comportamiento ético desde las empresas, desde la ciudadanía y desde el servicio público.

 

Debemos estar muy claros que para vencer a la corrupción no solo basta protestar, sino ser honestos a través de nuestro actuar con nuestra nación, promoviendo ese tipo de comportamientos por medio de nuestro ejemplo. Si incentivamos comportamientos honestos por parte de todos –autoridades, empresas, ciudadanía -, generaríamos un efecto dominó cuyas consecuencias serían de gran valor para todo el país. Una nación con ciudadanos honestos, puede crecer exponencialmente en todo sentido. Como bien dijo Séneca, “lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.