Esta semana, Guatemala está de luto tras una tragedia que pudo haberse evitado. Es inadmisible que, por una combinación de imprudencia, irrespeto a las normas de tránsito y falta de voluntad política para mejorar la seguridad vial, volvamos a presenciar una escena que se repite una y otra vez.

Hasta ahora se reportan 54 personas fallecidas tras el devastador accidente del lunes en la madrugada en la Calzada La Paz. Un bus de transporte extraurbano, circulando a toda velocidad en plena ciudad, perdió el control y dejó una estela de muerte y destrucción. Decenas de heridos, familias destrozadas y un país conmocionado por una tragedia que, lamentablemente, ya no sorprende.

Tragedias como estas han pasado un sinfín de veces, enlutando a centenares de familias a lo largo de los años. Entre ellos están acontecimientos como la tragedia de la vuelta de “El Chilero” en 2008 en Barberena, Santa Rosa, en la cual un bus extraurbano iba sobrecargado y a una velocidad increíble causó la muerte de 48 personas. En 2013, algo similar sucedió en San Martín Jilotepeque, Chimaltenango cuando otro bus extraurbano cayó de un barranco con 80 pasajeros abordo, cuando la unidad solo tenía capacidad para 54.

Las cifras son frías, pero ineludibles. Según el Observatorio Nacional de Seguridad del Tránsito (ONSET) del Departamento de Tránsito de la Policía Nacional Civil, en 2024 se registraron 8,403 accidentes de tránsito en el país. Como resultado, 2,364 personas perdieron la vida, 92 más que en 2023, confirmando una tendencia preocupante al alza.

Es alarmante pensar que, en Guatemala, la cantidad de víctimas mortales por siniestros viales se acerca peligrosamente a la de homicidios. En 2024, las muertes violentas sumaron 2,869, mientras que los fallecimientos por accidentes de tránsito continúan en aumento. Mientras los homicidios han mostrado una ligera reducción en los últimos años, la inseguridad vial sigue fuera de control, sin que se implementen medidas efectivas para revertir esta crisis.

Estas estadísticas estremecen y evidencian lo que pocos se atreven a admitir: el tránsito en Guatemala es una crisis que sigue cobrando vidas y todos estamos expuestos. Cualquiera de nosotros puede ser la fatal víctima. Para complicar el panorama, la inseguridad vial también desemboca en los hospitales. Según datos del Ministerio de Salud, seis de cada diez pacientes que llegan a las emergencias de los hospitales públicos lo hacen por accidentes de tránsito, la mayoría de ellos motociclistas.

El trauma craneoencefálico es el diagnóstico más frecuente en las salas de emergencias, seguido de fracturas expuestas, hemorragias internas y lesiones que requieren cuidados intensivos. Estas víctimas necesitan cirugías, transfusiones, antibióticos de alta gama y largos períodos de recuperación. En un sistema de salud ya desbordado, estos casos desplazan a otros pacientes que también requieren atención crónica.

Pero el drama no termina ahí. Para muchos de estos motociclistas, una fractura mal atendida o una lesión cerebral significa la pérdida de su empleo y, por ende, de su sustento. Familias enteras quedan desamparadas por un accidente que, en la mayoría de los casos, pudo haberse evitado.

La ecuación de los accidentes de tránsito en Guatemala combina la insuficiencia de las vías con la cultura del irrespeto a las normas. El exceso de velocidad, la imprudencia al volante y el consumo de alcohol siguen cobrando vidas diariamente. La imprudencia de los moticiclistas (desde el exceso de velocidad hasta la falta de uso de casco) también es parte importante de este problema. Tan solo en los primeros días de 2025, el 52 por ciento de los accidentes reportados involucraron motociclistas.

Pero el problema también tiene que ver con la insuficiencia y deficiencias del sistema de transporte público. Los guatemaltecos tenemos derecho a contar con una alternativa de transporte segura, el actual está colapsado. Muchos prefieren arriesgarse en una moto antes que subir a un bus en mal estado, sobrecargado y conducido por pilotos que compiten entre sí como si la vía pública fuera un circuito de carreras, como lo que ocurrió el pasado lunes.

Esto no puede continuar así. Las normas de tránsito deben ser respetadas. No basta con exigirlo a las autoridades, debemos asumir nuestra responsabilidad individual y corregir a quienes tenemos cerca. Si un amigo quisiera manejar habiéndose pasado de copas, exijámosle las llaves. Si un familiar conduce temerariamente, exijámosle que se controle. Si vemos a un motorista con un comportamiento arriesgado e indebido, hagámosle ver que está poniendo su vida y la nuestra en peligro con luces o un bocinazo.

Por su parte, es urgente que nuestras autoridades fortalezcan los controles viales, robustezcan la fiscalización del transporte público y sancionen con rigor a quienes conducen irresponsablemente. También se debe replantear la movilidad urbana, ocreciendo alternativas de transporte seguras y eficientes, para evitar que los guatemaltecos arriesguen su vida cada día en las calles.

La gente solo quiere llegar a su trabajo, a su lugar de estudios, a su destino… pero se encuentra con una trampa mortal en las calles. Lo ocurrido en Calzada La Paz no fue un accidente inevitable, sino una tragedia anunciada. Y hasta que no tomemos acciones reales, no será la última.