El 2 de abril, el presidente Donald Trump volvió a sacudir los cimientos del comercio internacional con un anuncio desconcertante: la imposición de tarifas arancelarias generalizadas a la mayoría de los países del mundo. El huracán Trump azota nuevamente, revirtiendo décadas de políticas de apertura comercial y desestabilizando las cadenas de abastecimiento a nivel global.
Este nuevo embate arancelario ignora los tratados existentes (como el DR-CAFTA) y se fundamenta en una lógica defectuosa: que un déficit comercial en productos físicos es sinónimo de prácticas injustas contra Estados Unidos. Esta visión parcial y distorsionada olvida que la economía estadounidense se basa principalmente en exportaciones de servicios y capitales. Y lo que es aún más preocupante, la fórmula utilizada para calcular las tarifas contiene errores técnicos que ya han sido señalados públicamente, incluso por sus propios autores. En este caso pareciera que la fórmula es la excusa para plantear tarifas hasta 4 veces más altas de lo técnicamente razonable. Lo que para algunos podría ser un desliz, para otros es una jugada estratégica basada en la receta de negociación plasmada en “The Art of the Deal”: comenzar con una propuesta absurda para forzar concesiones.
Y vaya que las ha conseguido. La Casa Blanca reporta que decenas de países ya se han acercado a renegociar condiciones bilaterales. En palabras del mismo Eric Trump, “Yo no querría ser el último país en intentar negociar un acuerdo comercial con Donald Trump. El primero en negociar saldrá ganando; el último, perderá rotundamente. He visto esta película toda mi vida…”
I wouldn’t want to be the last country that tries to negotiate a trade deal with @realDonaldTrump. The first to negotiate will win – the last will absolutely lose. I have seen this movie my entire life…
— Eric Trump (@EricTrump) April 3, 2025
Seguramente algunos de estos países estarán dispuestos a ofrecer importantes concesiones para evitar los nuevos aranceles. Esto revela que esta no es tanto una estrategia proteccionista como una táctica de presión disruptiva (rayando en el bullying) cuyo objetivo es cambiar las dinámicas comerciales a nivel global.
Guatemala no se escapa. Aunque mantenemos un superávit comercial con Estados Unidos, relaciones diplomáticas firmes, y un historial de respaldo a decisiones clave de Trump, como el traslado de la embajada a Jerusalén, hemos sido incluidos sin miramientos en el grupo de países “injustos”, recibiendo un arancel del 10 por ciento como castigo. Esto, mientras México, nuestro competidor directo en múltiples productos, goza de una tarifa de 0 por ciento para la mayoría de sus productos, amparados por el tratado USMCA.
Siguiendo la lógica del presidente Trump, Guatemala es quien debería cobrar un arancel del 47% para sanar el déficit comercial y prácticas “injustas” de nuestro principal socio comercial. El café, el banano, el aguacate y el calzado ya sienten el impacto.
Muchos exportadores guatemaltecos realizaron fuertes inversiones amparados por la certeza que representaba el tratado DR-CAFTA. No había necesidad de incluir cláusulas por ajustes arancelarios en los contratos con compradores en Estados Unidos puesto que eso ya estaba cubierto por un contrato inviolable entre naciones. Ante un ajuste de precios abrupto e impredecible, los exportadores se ven expuestos y a la merced de la compasión que pueda tener el comprador. De lo contrario, deberán por si solos absorber estas pérdidas derivadas de causas exógenas. ¿Qué país es el “injusto” en este escenario?
Esta es una llamada de atención. Una invitación urgente a la Cancillería y al presidente Arévalo a asumir un rol activo, técnico y estratégico en la defensa de los intereses comerciales del país. La lentitud puede costarnos muchísimo más que márgenes de ganancia. Nos puede hundir como nación, costándonos empleos, competitividad y estabilidad.
No podemos darnos el lujo de observar pasivamente cómo decisiones unilaterales, tomadas a miles de kilómetros, erosionan nuestra competitividad y vulneran nuestra economía. El reto está en movernos con rapidez, construir alianzas y recordar que la defensa del comercio es una causa nacional. De ello depende nuestro futuro. El proteccionismo disfrazado de fuerza no es negociación. Es una advertencia de que el tablero global cambió, y no esperar a mover nuestras fichas puede costarnos la partida. Recordemos que gana el más hábil.