Donald Trump ganó y se convirtió en el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos. El controversial presidente tuvo una victoria fulminante, tanto a nivel del colegio electoral como a nivel del voto popular. Además, consolidó el control republicano en el Senado, el Congreso y varias gobernaciones.
AP Race Call: Donald Trump is elected the 47th president of the U.S.
His win over Vice President Kamala Harris caps a historically tumultuous campaign that included two assassination attempts against him. https://t.co/vNyURdNHtn pic.twitter.com/QftQSSsDx9
— The Associated Press (@AP) November 6, 2024
Aun así, las diferencias por estado reflejan la fragmentación interna. Desde un Wyoming con 72 por ciento de preferencia republicana hasta un Vermont con 64 por ciento de preferencia demócrata. Hay importantes diferencias por género, etnia, entre otros, pero quizás ninguna tan marcada como la diferencia entre polos urbanos y el resto del país.
Desde hace algún tiempo, Estados Unidos ha sido una nación dividida. Tanto demócratas como republicanos han defendido a sus candidatos a capa y espada. En Internet se veían enfrentamientos públicos y hostiles en defensa de ambos candidatos. Kamala Harris logró el endoso de grandes estrellas de Hollywood quienes demostraron su incondicional apoyo a través de sus plataformas. Sumado a ello, varios medios de comunicación asumieron el rol de la campaña de aire y se empeñaron en atacar al presidente Trump en unísono. El bando republicano, optó por una estrategia muy diferente hilvanando, una coalición amplia y diversa de actores políticos. Usando redes sociales y su equipo de tierra, con su estilo directo y desafiante, el presidente Trump logró conquistar a los votantes con promesas ambiciosas: revitalizar la economía, controlar la inmigración ilegal en la frontera sur y su emblemático slogan “Hacer a Estados Unidos grande otra vez”.
No obstante, parecía que la nación escogía entre dos opciones sub-óptimas. Después del primer debate presidencial, una encuesta de Gallup reveló los similarmente bajos niveles de aprobación de los candidatos, Donald Trump de 46 por ciento y Kamala Harris de 44 por ciento. Es evidente que ambos llegaban a la contienda arrastrando una percepción generalmente negativa, pero ferozmente negativa en la mente de quienes se identificaban con el partido opositor.
Durante toda su campaña, Trump se mostró como un político resiliente. Superó fuertes ataques de “lawfare”, dos atentados contra su vida y constantes campañas de desinformación. Logró apalancar su variopinta coalición y afirmó haber realizado 901 “rallies” para comunicar su mensaje. Por otro lado, Kamala Harris se mostró como una figura volátil, cambiando de posición según el contexto: pro Israel en un estado y pro Gaza en otro. Su campaña, que empezó con un tono de júbilo (“Joy”), terminó canalizando y proyectando la rabia provocada por los insultos a los seguidores republicanos, a las mujeres y hasta por la partida de la ardilla P’Nut.
Muchos votantes basaron su decisión en temas específicos, como el apoyo a Israel. Otros se vieron obligados a decidir por el candidato que mejor atendía sus principales preocupaciones. Quizás el tema más importante para los votantes fue la economía y la inflación. En esta ocasión la dolencia no era el empleo o el crecimiento económico, sino del impacto de la inflación, la cual ha erosionado el poder adquisitivo en 20 por ciento de inflación acumulada durante este período presidencial, en comparación con el 7.8 por ciento en la administración anterior de Trump.
Otro asunto que preocupa a los votantes es la migración, ya que incrementa la oferta laboral y limita la capacidad de ajustar salarios para recuperar el poder adquisitivo perdido. Tampoco ayudaron los comentarios generalizados y escandalosos de Trump sobre la criminalidad de los migrantes. La cruda realidad es que se dio un incremento significativo en esta administración, alcanzando 10.8 millones de migrantes y sin visibilidad alguna de sus méritos o antecedentes.
El costo de la salud también figuro entre las preocupaciones de los votantes. Estados Unidos refleja el gasto per cápita más alto ($12,555) del mundo pero generando resultados deficientes. Finalmente, la inseguridad y el crimen también incidieron en inclinar la balanza. Kamala Harris, quien quiso maquillar su imagen como la “fiscal de hierro”, ni siquiera pudo indicar como votó en la “Proposition 36” de California. Tal como lo ilustra el abrumante apoyo de 70.4 por ciento a Prop 36, los votantes están hartos del incremento en inseguridad y violencia reflejados en los informes del FBI.
Quizás el tema más controversial y sonado en redes sociales, fue el del aborto. Por su parte Kamala Harris siempre se ha mostrado como una defensora de los derechos al aborto, catalogándolo como un tema de “vida o muerte” para todas las mujeres y como un tema que podría “restaurar la libertad reproductiva en todo el país”. Trump defendió su punto de vista, diciendo que la despenalización del aborto debe quedar en manos de cada estado. Trump ha dicho “detesto el concepto de aborto… pero, aun así, creo en la libertad de elegir”. Diez estados sostuvieron elecciones específicas sobre aborto y parece que los votantes lo desligaron de la elección presidencial al pronunciarse en la papeleta respectiva.
En fin, el proceso democrático en sí mismo también fue tema de debate y fuertes polémicas. El simple hecho de que se cuestione la fiabilidad de los resultados erosiona la democracia de Estados Unidos, el estándar contra el que muchos nos comparamos. Al momento de escribir este texto, aún no se tiene el dato final de participación, aunque se estima será comparable a la del año 2020 donde también hubo una participación muy nutrida del electorado. Los votos tempranos emitidos antes del día de la elección alcanzaron 82 millones duplicando la cifra pre-pandemia del 2016. A nivel de financiamiento electoral, estas elecciones fueron las más caras del mundo, con un gasto de $15.9 millardos. También existen preocupaciones sobre las máquinas de votación, ya que se teme que puedan ser vulnerables a ataques, aunque hasta ahora no hay evidencia de fraude. Además, la falta de requerimientos de identificación con foto en 13 estados representa una vulnerabilidad que no debería ignorarse.
Los resultados en Estados Unidos traen implicaciones para Guatemala. Las remesas, aunque amenazadas por posibles deportaciones, parecen seguras debido al déficit actual de trabajadores en Estados Unidos. En términos comerciales, las medidas arancelarias del presidente Trump se perciben más como una estrategia de negociación. Sin embargo, provocarán la reconfiguración del comercio global, especialmente entre Estados unidos y China, y eso podría impactar a Guatemala. En el plano de relaciones exteriores, probablemente se nos subrayará la importancia de continuar apoyando a Israel y a Taiwán. Esperemos que el presidente Arévalo sepa aprovechar la oportunidad del momento para negociar ventajas para Guatemala. Por ejemplo, ¿por qué no pedir que se instalen fábricas de “chips” y tecnología en nuestro país a cambio de nuestra lealtad y apoyo? ¿Por qué no pedir que se nos abra la oportunidad de vender aguacates en Estados Unidos?? Quizás el elemento más preocupante sería perder esta ocasión para aprender las experiencias ajenas y usarlas para fortalecer nuestro propio proceso electoral.
Estados Unidos se enfrenta a uno de los períodos más polarizados de su historia reciente. La victoria de Trump, aunque contundente, solo le echa sal a las profundas heridas que dividen a la nación. El reto del recién electo presidente será unir a su población y restaurar la confianza en un sistema democrático que, aunque golpeado, sigue siendo un referente para el mundo. Además de atender los desafíos internos, Estados Unidos debe invertir en fortalecer las relaciones con sus aliados, equilibrando su política de “EE.UU. Primero” con un compromiso global que proteja y fomente la libertad y la democracia. Las decisiones que tome en este momento crucial no solo afectarán a su propio pueblo, sino que resonarán en todo el planeta. La verdadera batalla apenas comienza: la de reconstruir una nación fuerte y unida, capaz de liderar con integridad y responsabilidad en el mundo futuro.