El 20 de septiembre la Conred declaró alerta naranja por dengue en Guatemala. El Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) ha contabilizado más de 96 mil casos en todo el país y ya más de 100 fallecidos debido a esta enfermedad. Mientras tanto, ese mismo día, cerca 200 miembros del Sindicato Nacional de Trabajadores de Salud de Guatemala bloquearon la avenida Bolívar durante horas, causando un caos vial total. Con un sistema de salud ya colapsado, este tipo de manifestaciones no solo visibilizan el descontento laboral, sino que también reflejan el abandono de un sector que debería estar al frente de la protección de vidas, no del caos.

 

Llevamos décadas de tener un sistema de salud colapsado. No solo recibimos un nivel de atención deficiente, al 64% de los guatemaltecos nos toca pagar parte o la totalidad de dichos “cuidados” de nuestro propio bolsillo. En Guatemala apenas hay 0.6 camas por 1000 habitantes, cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 2.5 camas por 1000 habitantes. Por otro lado, en nuestro país hay apenas 4 médicos por cada 10,000 habitantes, y la meta de la OMS es de 23 por cada 10,000 habitantes. Esto es tan solo una parte de la preocupante situación.

 

Los guatemaltecos enfrentan una alta incidencia de enfermedades crónicas como la diabetes, insuficiencia renal, cáncer e hipertensión, lo que ya de por sí pone una enorme presión sobre nuestro sistema de salud. También se deben atender emergencias pediátricas mortales como neumonía, infecciones gastrointestinales, desnutrición aguda, entre muchas otras más. A esto se suma el creciente número de emergencias por accidentes de tránsito, que se han incrementado año tras año y resultan insostenibles. Según estadísticas del Hospital Roosevelt, a diario ingresa un promedio 20 pacientes con traumatismo craneoencefálico debido a accidentes de tránsito, quienes requieren intervenciones quirúrgicas urgentes. Estos casos absorben la mayoría del presupuesto, dejando en desventaja a otros pacientes que también necesitan atención médica de forma prioritaria.

 

Otra gran preocupación es la drástica caída en los esquemas de vacunación de SPR (Sarampión, Paperas y Rubéola), enfermedades que se consideraban prácticamente erradicadas gracias a estas vacunas. Después de un incremento positivo en la cobertura de vacunación entre 2015 y 2016, cuando pasó del 67 por ciento al 99 por ciento, para julio de 2024 la tasa ha descendido alarmantemente a solo un 46 por ciento. A pesar de los esfuerzos recientes entre el MSPAS, el sector privado y Fundesa para atender esta brecha, el hecho que hayamos descartado los logros de la vacunación es un reflejo del abandono generalizado de los esquemas de salud preventivos.

 

La salud es una variable indispensable en esa ecuación para lograr la prosperidad. Es realmente preocupante, ya que no hemos comprendido la importancia crucial de la salud para el avance de nuestra nación. Para mí, la salud es la brecha más importante en el tema de competitividad porque no podemos aspirar a una fuerza laboral eficiente si no tenemos como garantizar su salud. Y, sin fuerza laboral, no hay manera de impulsar el desarrollo y, sin desarrollo, simplemente nos quedamos estancados. Mejorar nuestro sistema de salud es una acción estratégica de carácter urgente para incrementar la calidad y la esperanza de vida de todos los guatemaltecos, que dicho sea de paso acaba de bajar de 75 años a 72 años.

 

La receta médica para curar al sistema de salud es bastante evidente. Arranca por mejorar el acceso a los servicios médicos primarios, lo que permitiría fortalecer la prevención y ofrecer tratamientos más efectivos y antes que nos lleven a una crisis que requiera hospitalización. Estos cambios no solo mejorarían la calidad de vida de las personas, sino que reducirían significativamente el riesgo de enfermedades agudas, al tiempo que optimizarían la salud física y mental de la población. Como resultado, la productividad de todos aumentaría, reduciendo el gasto de bolsillo e impulsando la economía de cada guatemalteco. Un país saludable es, sin duda, un país más productivo.

 

Una economía sólida requiere de una población saludable, pero Guatemala, desde hace décadas, la situación viene en franco deterioro. Hemos descuidado la prevención, lo que ha resultado en un sistema de salud reactivo, constantemente intentando ponerse al día en lugar de anticiparse a las crisis. Esta falta de visión continúa costándonos vidas, bienestar y, en última instancia, el crecimiento económico que tanto necesitamos.

 

En los últimos ocho meses, Guatemala han rotado tres ministros de salud, lo que vuelve a poner en evidencia la incapacidad de ejecución del aparato público. Este no es un problema exclusivo de la administración actual, sino el resultado de profundas deficiencias estructurales que se han arrastrado durante años. La falta de liderazgo para implementar mejoras en los procesos administrativos es evidente en situaciones como la del Hospital San Juan de Dios, que cuenta con un inventario de Q135 millones en medicamentos de baja rotación, con un promedio de 190 días de existencia, mientras que los medicamentos esenciales y de alta demanda son escasos. Ante ello, otro medicamento obvio en la receta es la digitalización de los procesos administrativos y que se reduzca la discrecionalidad en tantas decisiones que hoy se prestan a corrupción.

 

Desde la ciudadanía, se podrían considerar medidas como la contratación de micro seguros. Eso permitiría a más personas acceder a atención médica y evitaría el estrés en la economía familiar que hoy limita truncar enfermedades cuando aún son prevenibles. Otro tema de gran urgencia es mejorar la calidad del agua potable, clave para reducir enfermedades, como la desnutrición crónica, relacionadas con el consumo de agua contaminada.

 

Más vale prevenir que lamentar. Y prevenir es más barato que lamentar las consecuencias de las enfermedades que no son detectadas y atendidas en el momento oportuno. Como país, nos costará cada vez más caro seguir permitiendo que las enfermedades alcancen niveles críticos. Recordemos que son los ciudadanos los que mayoritariamente cubren los costos por atender su propia salud. Esto ya no puede seguir así. Es hora de que comprendamos que sin salud no hay desarrollo, y sin desarrollo, no hay futuro. Invertir en salud no es solo una necesidad, es nuestra única opción para construir la nación que tanto anhelamos.