¿Les ha pasado que alguien no piensa como ustedes y simplemente les deja de hablar? ¿Tenían un amigo muy cercano, con quien en algún punto difirieron en opinión, y ahora los ha eliminado de sus redes sociales y de su vida cotidiana? Pues eso es ahora la famosa “cancel culture”, en español, la cultura de la cancelación. Una tendencia moderna del mundo, tanto en redes como fuera de ellas, que está poniendo en peligro la naturaleza de las relaciones humanas.

En pocas palabras, la “cancel culture” es cuando una persona, deliberadamente, suprime a otra de su vida. Esto porque no concuerda con ella en su manera de pensar y/o actuar, o bien, porque no cree en los valores que la otra persona defiende. Hoy, la acción de “cancelar” a alguien ha cobrado un significado político. Hoy vemos cómo personas se expresan abiertamente y afirman haber “cancelado” a alguien, simplemente porque no se logran poner de acuerdo ni toleran sus diferencias. Lo que es peor, promueven activamente la cancelación de esa persona con mensajes y hostigamientos a quienes aún se atreven a seguirla.

Quiero ser preciso en que no me refiero a bloquear a una persona que nos falta el respeto o que se expresa de manera ofensiva. Me refiero específicamente al comportamiento que busca “castigar” a otras personas por ser, pensar y expresarse diferente. No tiene nada de malo pensar de cierta manera y no concordar con el pensamiento de alguien más. Los valores fundamentales no se negocian. Sin embargo, en el mundo de cambios acelerados en que vivimos, nuestro entorno está plagado de temas que exigen mucho mayor debate. A mi parecer, se ha perdido una gran parte de la interacción humana en el momento que más la necesitamos.

La idea de “eliminar” a alguien me parece sumamente nociva. El tachar al emisor del pensamiento en lugar de debatir los méritos de alguna idea, denota un alto grado de inmadurez. Y ahora hemos adoptado ese comportamiento como la norma social aceptable. Ejemplos de “cancel culture” hay de sobra. El controvertido debate sobre el aborto es uno. Quienes defienden el aborto, son cancelados por los pro-vida, y quienes defienden la vida, son cancelados por los liberales. Recientemente, el controvertido debate volvió a la escena con  la decisión que tomó la Corte Suprema de Estados Unidos de anular la resolución de “Roe vs. Wade”, trasladando la responsabilidad de permitir o restringir el aborto a cada estado. Otro ejemplo son las corrientes de pensamiento de género, en donde las contrapartes de cada lado tratan de imponer sus ideales a los que piensan diferente. Hace poco vi un caso en donde una figura pública fue “suspendida” de Twitter, simplemente por el uso “incorrecto” de términos sobre orientación sexual. Le castigaron su derecho a la libre expresión porque no está de acuerdo con algún planteamiento ideológico. Me pregunto, ¿la libertad de expresión sigue siendo una virtud por la que debemos luchar?

Con actitudes como la “cancel culture”, hemos perdido esa capacidad de debatir ideas, dejando totalmente atrás la riqueza de ser humanos, cada quién es único en su manera de pensar. Si retrocedemos en la historia nos daremos cuenta que la única manera en que aumentamos nuestro conocimiento de algún tema es así: a través del debate de ideas. Por un lado, una persona plantea ciertos argumentos y otra, otros argumentos. Quizá, luego de una deliberación o una sencilla conversación, se pueda lograr un mayor entendimiento de alguna situación o mejor entendimiento de lo que cualquiera de los dos hubiese tenido en lo individual. El resultado pocas veces es binario. El debate produce soluciones más granulares y matizadas. Pero, en contraposición a ese proceso natural y normal de debate de ideas, hoy la norma es “estoy en desacuerdo y te cancelo y punto”; o bien “te desaparezco del mapa porque tu idea y planteamiento me es inconveniente”. Esto no puede ser.

Empezamos a ver las secuelas y problemas para nuestra sociedad. Ciertamente, parte de la razón por las que hoy estamos tan polarizados, es porque hemos perdido la habilidad para tener esas conversaciones difíciles. No tenemos la madurez, paciencia, apertura para poder hablar abiertamente sobre nuestras opiniones, sin miedo al “qué dirán” y con la confianza plena de que estas, independientemente del caso, serán aceptadas y toleradas. Que triste mensaje el que no me merezco tu esfuerzo para hacerme ver tu punto de vista. Sucede un proceso de “selección natural”, donde solo escucho opiniones que reafirman lo que ya de por sí creo. Y los algoritmos de las redes sociales solo refuerzan y alimentan mis creencias, aún y que puedan estar totalmente equivocadas.

Yo creo firmemente que en las diferencias está la riqueza. Estoy convencido que, en el pensamiento de rebaño, donde nadie se atreve a disentir por temor a ser expulsado, hay enormes riesgos. Primero al estancarnos como sociedad y, además, a caer en las manos de personajes peligrosos, dictadores tales como “Hitler” o “Mussolini”. Corremos el riesgo de fraccionar nuestras familias, nuestros países y nuestro planeta. Ser incluyentes justamente es estar abiertos a escuchar a quienes piensan diferente. Mi abuelo decía que tenemos dos oídos y una boca por lo que deberíamos escuchar el doble de lo que hablamos. No nos dejemos llevar por la “cancel culture”. Tengamos la madurez y paciencia para escucharnos y para abrazar nuestras diferencias. Aprendamos a escuchar para entender, no para responder ni, mucho menos, para “cancelar”. Es allí en donde está la grandeza y el futuro de nuestra sociedad.