La IX Cumbre de las Américas, organizada este año por el gobierno de Estados Unidos, se está llevando a cabo esta semana en Los Ángeles, California. Desde 1994, este ha sido un encuentro para reunir a jefes de Estado, miembros de sociedad civil y líderes de la región, con el objetivo de promover buenas prácticas y políticas para lograr el desarrollo, democracia y respeto a derechos humanos a lo largo del continente. En teoría, este debería ser un espacio para que los líderes del hemisferio compartan y deliberen sobre estos importantes temas. Sin embargo, este año, muchos países brillan por su ausencia.

En un principio, Estados Unidos dejó muy claro que no invitaría a países de la región que no respeten la democracia, tal es el caso de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En protesta por la ausencia de estos tres gobiernos dictatoriales, los gobernantes de México, Bolivia y Honduras declinaron su participación. Otros presidentes, como el de Uruguay, declinaron por contagio de Covid. En el caso de nuestro país, se aduce que la ausencia del presidente Giammattei se deriva de los roces recientes con el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Alejandro Giammattei no asistirá a la Cumbre de Las Américas en Estados Unidos y el Gobierno lo atribuye a la agenda del mandatario

 

Aunque las excusas y explicaciones por las ausencias son variadas, el resultado es que la IX Cumbre pasará a la historia como una de las menos asistidas por jefes de Estado. Pareciera ser un despropósito convocar a una cumbre de líderes, para fomentar la unión de las naciones, si pocos van a acudir a tal llamado. Seguramente es una oportunidad que dejamos de aprovechar, particularmente dados los planteamientos concretos que Estados Unidos pretendía poner sobre la mesa.

 

En los primeros días de la cumbre, la vicepresidente Kamala Harris dio a conocer compromisos de inversión en Centroamérica por parte de empresas privadas (totalizando alrededor de 3.200 millones de dólares). Esto con el objetivo de frenar la migración ilegal hacia Estados Unidos. Además, anunció el Central American Service Corps, una inversión de 50 millones de dólares, para lograr la vinculación laboral de jóvenes en la región. Sin embargo, estos apoyos parecieran caer en oídos sordos. Asimismo, contrastan de manera dramática con las recientes hostilidades entre los gobiernos.

 

La diplomacia y la estrategia de relacionamiento de Estados Unidos con el hemisferio difiere por país y ha pasado por distintas etapas. Por momentos hemos sido consideradas “repúblicas bananeras”, y nuestra relación se ha asemejado a la de un capataz con un obrero. Luego, en la etapa de la “Guerra Fría”, servimos de escenario para pelear su “guerra caliente”. En otras épocas, hemos tenido una relación disfuncional y asimétrica, como una rivalidad entre un hermano mayor y un hermano menor. En la administración anterior, la del presidente Trump, la relación parecía migrar hacia un esquema más transaccional y cortoplacista. El presidente Biden debe encontrar un nuevo estilo de diplomacia, ojalá uno basado en la valorización de las relaciones hemisféricas como un activo estratégico que debe ser potencializado. Dicho nuevo estilo deberá partir del reconocimiento mutuo como países autónomos, pero altamente interdependientes.

Resumen del 7 de junio en la Cumbre de las Américas: noticias y desarrollos

 

En nuestra relación con Estados Unidos, existen marcadas interdependencias que pueden ser positivas y negativas. Por ejemplo, Estados Unidos es nuestro socio comercial número uno, tanto en importaciones como exportaciones. Esa relación comercial, generalmente es positiva, salvo cuando a la economía de Estados Unidos le da catarro, a nosotros nos da neumonía. Cuando el mercado laboral de Estados Unidos se encuentra en una situación apretada, como la de ahora (donde hay más posiciones de trabajo abiertas que gente buscando empleo), esto actúa como una poderosa aspiradora y succiona migrantes hacia el norte.

 

Sin duda, pienso que nos concierne agradecer los anuncios de apoyo recientes, tanto donativos como ofrecimientos de inversión privada, sin dejar de mencionar el invaluable respaldo que nos brindaron durante la pandemia.

 

Es legítimo que cada país quiera lograr sus intereses a través de la diplomacia, lo que no es constructivo es querer imponer, engañar o esconder. Ciertamente la estrategia de USAID responde a los intereses del pueblo americano. No obstante, tiene que buscarse una manera más efectiva de consensuar esos proyectos con las aspiraciones de los países con quienes trabajan. No se puede pretender imponer su voluntad, como tampoco es razonable que el gobierno “micro-administre” hasta el último centavo que gastan. Los dos extremos parecen inviables. En ese sentido, debemos también agradecer la apertura de ambos gobiernos en replantear los términos de la relación para lograr el máximo impacto positivo de las donaciones de USAID.

 

Estamos viviendo las secuelas de la degradación histórica de la relación diplomática entre países. Somos países autónomos e independientes, pero también somos interdependientes. Ojalá entendamos que ambos podemos lograr más de nuestros propios objetivos a través de la colaboración, el mutuo entendimiento y el respeto. En lugar de optar por actitudes caprichosas y darnos las espaldas.