Agradezco a todos la retroalimentación que recibí respecto a mi columna de la semana pasada. Como he mencionado anteriormente, me apasiona mi país y trabajo duro para contribuir a su desarrollo. Así que me llenó de emoción escuchar de muchos de ustedes que comparten esta pasión conmigo. Sus voces despertaron en mí un sentir de esperanza. Esperanza porque, sin perder de la vista los retos, reconocemos las bondades y el potencial de nuestro país.

 

Somos un país resiliente, con muchísima historia de la cual debemos estar sumamente orgullosos. Somos un país rico, con envidiable flora, fauna y múltiples culturas y etnias que son parte de nuestra riqueza nacional. Guardamos místicos secretos del mundo, como la tumba maya más antigua del mundo en Tak’alik Ab’aj, o la pirámide con más volumen en el mundo, La Danta, con 2,800.000 metros cúbicos. De hecho, hace 42 años, la UNESCO declaró a tres lugares de Guatemala como patrimonio cultural de la humanidad, Antigua Guatemala, Quiriguá y Tikal. Hemos avanzado en muchos aspectos. Por ejemplo, nuestra tasa de electrificación ha pasado de 16 por ciento a 90 por ciento en 25 años. También estamos entre las naciones más felices del mundo, con el puesto 27 de un total de 156 naciones.

 

No obstante, también hemos pasado por épocas muy oscuras que siguen persiguiéndonos. Somos el país que ha sufrido uno de los conflictos civiles más largos en la historia moderna, de 1960 a 1996. A pesar de que ya pasaron 24 años desde que firmamos la paz “firme y duradera”, no hemos logrado sanar esas viejas heridas para lograr una paz verdadera.

 

Creo oportuno que todos hagamos un ejercicio de reconciliación nacional. No se trata nada más de pasar la página, sino de perdonarnos mutuamente. No sigamos cayendo en ese círculo vicioso de la polarización. Dejemos atrás las ideologías y enfoquémonos en lo que nos une.

 

Tengo esperanza que nuestro país puede ser aún mejor de lo que ya es. ¿Por qué? Porque somos un país trabajador, solidario y resiliente. Somos un país pujante, con ciudadanos buscan siempre formas creativas para salir adelante. Con ciudadanos que, ante cualquier tipo de dificultad y adversidad, están llenos de esperanza.

 

La esperanza es una emoción muy poderosa. No es una emoción vacía ni una propuesta ilusa divorciada de la realidad. Se requiere de trabajo y entrega para poder crear puentes entre lo que “puede ser” y  lo que “hoy es”, y así construir la ruta para lograr esos cambios positivos. Algunos lo llaman la “Ley de Atracción” y otros lo llaman fé. Yo, en lo personal, creo y vivo bajo las palabras que solía decir mi abuelo, Carlos Paiz Ayala, “Si lo podemos soñar, lo podemos lograr.” Anhelar un mejor futuro y creer en su viabilidad son importantes catalizadores sin los cuales no hay posibilidad de mejoras. Por eso, no cabe duda en mi mente, que será esa esperanza la que nos impulsará a construir un país aún mejor.