Las últimas semanas han sido dramáticas para nuestro país y el mundo entero. El Covid-19 nos ha obligado a hacer cambios drásticos en nuestras vidas, mostrándonos lo vulnerables que somos. Mientras los casos de infectados aumentan exponencialmente en países como Estados Unidos, en nuestro país las medidas de contención parecen estar funcionando.

 

En Guatemala nuestro precario sistema de salud no tiene las capacidades para atender una propagación acelerada del Covid-19. Imaginemos el siguiente escenario: si en Nueva York fallecen alrededor 750 infectados por día, ¿qué podría pasar si esta enfermedad se nos sale de control en Guatemala? Indudablemente pondría a prueba un sistema de salud poco equipado, perjudicando a miles y miles de personas.

 

El aislamiento social, los protocolos de higiene, el toque de queda, el cierre de las fronteras, el cierre de industrias y centros comerciales y ahora el uso permanente de mascarilla, son medidas drásticas. Sin embargo, están dando buenos resultados en cuanto al “control” del Covid-19. Como país, hemos logrado una buena contención hasta el momento. Si bien ninguna de estas medidas es mágica ni nos hace inmunes, nos han permitido lograr dos cosas: (i) bajar la velocidad de propagación del virus y (ii) ganar más tiempo.

 

Este tiempo que estamos ganando es de sumo valor y debemos usarlo sabiamente. Primero, es importante aprovecharlo para comprar equipo de protección médica, ventiladores, medicamentos y demás insumos que con tanta urgencia necesita nuestro sistema de salud para estar preparados. Segundo, es un momento oportuno para desarrollar las condiciones necesarias para reactivar nuestra economía. Tales condiciones incluyen: (i) implementar aplicaciones tecnológicas que permitan la auto-detección así como de posibles contactos, (ii) implementar capacidades de pruebas inteligentes (rastreo de contactos positivos posibles, pruebas aleatorias en focos de riesgo como fronteras, entre otros.) y a la escala necesaria, (iii) implementar mecanismos para reforzar controles de cuarentenas de pacientes positivos, pre-sintomáticos y asintomáticos, e (iv) implementar capacidades de detección de fiebre y desinfección en mercados, en el ingreso a los edificios de trabajo, a las fábricas, etc.

 

Los estudios internacionales estiman que entre el 20 y 50 por ciento de los contagiados son asintomáticos. Ese es, quizás, el reto más grande del Covid-19. Podemos sentirnos perfectamente bien, pero en realidad nos estaríamos dedicando a esparcir el virus por doquier. Esa gran preponderancia de asintomáticos es lo que ayuda a explicar la rápida propagación de este virus. Es por eso debemos acatar todas las indicaciones de distanciamiento social, uso de mascarillas, etcétera. Cada una de esas medidas reduce el número posible de contagios por cada paciente asintomático.

 

Seguramente tendremos un proceso gradual de reapertura con retornos periódicos a bloqueos o por zona geográfica. Si realmente siguiéramos la lógica de la protección de la salud sobre la economía al extremo, tendríamos que estar encerrados para siempre. Pero esto no es práctico ni viable. De ser así, seguramente, tendremos más fallecidos por hambre, que por Covid-19. Los disturbios sociales por falta de empleo y el descontento generalizado acelerarían la velocidad de contagio y seguramente provocarían un desborde de los sistemas de salud.

 

Eventualmente, pasaremos de una cuarentena estricta a un proceso de reapertura por fases. Empezaremos a reactivarnos, pero temporalmente tendremos que ceder algunas comodidades básicas, algo nuestra privacidad y nuestra libertad. Esta siguiente fase implicará a acoplarnos a una “nueva” realidad. Una realidad en donde las mascarillas, al menos durante algún tiempo, serán parte de nuestra interacción, en donde los saludos de lejos serán parte de nuestras reuniones sociales y en donde el alcohol en gel será nuestro acompañante permanente en cada momento de nuestro día.

 

Este virus nos ha puesto a prueba. No todos estamos atravesando esta situación de igual manera. Muchos se agobian al haber perdido su empleo, otros sufren ataques de ansiedad por el encierro y la incertidumbre y algunos viven su cuarentena con su agresor. El Covid-19 ha tenido un alcance inimaginable, y debemos permanecer unidos para enfrentarlo y ayudar a los más necesitados.

 

No nos queda más que celebrar la solidaridad que ha surgido entre los chapines. Desde aquellos que han salido a las calles a regalar mascarillas, hasta los restaurantes que entregan platos de comida a las personas que no los tienen. Hoy debemos ser fuertes y disciplinados. Debemos permanecer juntos con ánimos de alcanzar un bien mayor y, cuando menos lo sintamos, llegaremos a un nuevo “normal”.