La ley del más vivo atenta contra la convivencia social. El más vivo es aquel que hace “chanchuyo”, y con ello logra superarse contra el status quo. De alguna manera, esta ley prospera en sociedades donde existen disfuncionalidades, como tristemente sucede en nuestra querida Guatemala.

Lastimosamente existe cierta admiración secreta hacia los más vivos. Encontramos sentimientos de picardía hacia sus “hazañas” y lamento de no haber sido uno mismo el autor de esa “marufia” para buscar el beneficio personal. Esto no es más que una enfermedad social, donde creemos que este tipo de comportamientos son totalmente justificables, “normales” y, lo peor de todo, dignos de admiración. La realidad es que este tipo de prácticas carcomen a nuestra sociedad y aumentan cada vez más la disfuncionalidad de nuestro sistema. Aparentemente los “más vivos” prosperan, pero quien más sufre en todo esto es el resto del país. Estamos sumidos en un círculo vicioso porque, para sobrevivir dentro de este tipo de entorno, se requiere convertirse en “más vivos”.

Hay ejemplos de sobra. De más se ha dicho en los medios de comunicación sobre casos como “la coperacha”, “la línea” y el estilo de vida que permitió el supuesto enriquecimiento ilícito del anterior binomio presidencial y, probablemente, varios binomios antes de ellos. Pero además, tenemos casos como el secuestro de Semuc Champey, donde hoy “los vivos” se apropian del ingreso al parque, e impiden que este dinero llegue a las arcas del Estado como lo indica le ley. Existen otras mafias que han salido a luz en escenarios como el Congreso, una de ellas es por parte del pacto colectivo del sindicato de este organismo. En este documento se evidencian abusos como dos horas de almuerzo, el pago de uniformes de fútbol y basquetbol, entre otros. No puede ser que el gobierno de nuestro país deje de cobrar de manera legítima el peaje a Semuc Champey. No puede ser que los trabajadores del Congreso gocen, injustificadamente, de dos horas de almuerzo. Tampoco puede ser que supuestamente el presidente de la nación haya recibido un sinfín de regalos de manera ilícita. Esto llora sangre.

En un país donde impera la ley del más vivo, las leyes son interpretadas al propio beneficio. Casos como estos comprueban cómo nuestro pueblo ha sido saqueado de una manera imperdonable desde todos los ángulos. En un país de vividores, hay muchas victimas que habrán sufrido directamente al ser extorsionados por el sistema, otras víctimas sufren las consecuencias simplemente por dejarse llevar por el status quo, y hay otro grupo de personas que son las más vulnerables, las víctimas que dejan de recibir todos los beneficios del Estado. Hay una forma “normal” de hacer las cosas dentro de esa lógica disfuncional a la que el país está sometido. ¿Cómo entonces avanzamos decididamente, no solo en la lucha frontal contra la corrupción, sino además en el cambio cultural que nuestro país requiere?

Afortunadamente el país empieza a cambiar. Los plantones en contra de la corrupción, desinteresados y sin protagonismos, son evidencia que nuestra sociedad empieza a reaccionar contra estos vividores. Eso fue solo el inicio, pero todavía hay muchos ámbitos en los que hace falta accionar, como los casos ya citados. Todo es parte de un sistema que se sustenta en la ausencia de consecuencia para quienes violan la ley. ¿Cómo migramos a un sistema donde no se tolere ni corrupción pequeña ni grande? ¿Cómo migramos a un sistema que respete y asegure el debido proceso y la propia ley?

La “ley del más vivo” ha proliferado en nuestro país y todos hemos sido burlados por este mal. Debemos luchar por un sistema donde prevalezca una cultura de construcción, de dignidad, de armonía; una cultura donde las reglas estén claras, se respeten y se apliquen a todos por igual. Una cultura donde se vele por ese bienestar común que todos los guatemaltecos añoramos. ¿Qué podemos hacer los guatemaltecos para resolver esta situación? Los invito a reflexionar alrededor de esta interrogante y a no desanimarse. Hoy nuestro país nos necesita más que nunca, empecemos por nuestro propio comportamiento y actitud. No será un cambio de la noche a la mañana, pero valdrá la pena la lucha.