Por tercera semana consecutiva, dedico este espacio para reflexionar sobre las lecciones del documento académico “¿Qué puede aprender Latinoamérica de la evaluación rigurosa de políticas públicas educativas de impacto?”.
 

La más común de las políticas públicas educativas se ha centrado en la provisión de recursos adicionales, desde más maestros por niño hasta más materiales didácticos. En el documento se estudia el impacto del aprovisionamiento de tres tipos de recursos adicionales: (i) material didáctico, (ii) computadoras y/o software y (iii) más tiempo de estudio. Los hallazgos que la evaluación de la tercera lección indican que, aunque estas intervenciones sean bien intencionadas, no necesariamente incrementan el desempeño estudiantil. Antes de lanzarnos detrás de una de estas populares iniciativas de política pública, es necesario analizar la evidencia empírica de otros países para evaluar que tan positivo sería su impacto en un país como el nuestro.

 

En cuanto a la provisión de material didáctico, principalmente libros, bibliotecas y rotafolios, múltiples evaluaciones han demostrado que estos recursos no siempre son aprovechados correctamente. En Kenia programas de este tipo no han impactado positivamente en el rendimiento de los estudiantes, sobretodo aquellos con más deficiencias académicas. El estudio detalla la experiencia sin mayor impacto de provisión de libros, donde los niños no podían leerlos porque estaban en inglés, idioma oficial de Kenia pero no en la lengua materna de la mayoría de estudiantes. Por otro lado, los rotafolios únicamente fueron utilizados entre 10 y 20% de los días escolares. La conclusión pareciera ser que la simple provisión de recursos educativos rinde pobres resultados si dicha intervención no va acompañada de un proceso de implantación que asegure cambios reales en el aula.

 

Otra práctica popular es la implementación de hardware y software en escuelas, cuya evaluación es difusa. La tecnología es una herramienta muy valiosa, sobretodo en materia educativa. Sin embargo, estudios han demostrado que su donación no afecta directamente los resultados del aprendizaje de los alumnos cuando los maestros no integran su uso en clase.

 

En esta rama, un proyecto muy interesante es “Una portátil por niño” (OLPC por sus siglas en inglés), el cual se centra en la distribución de computadoras con el propósito de que los niños tengan fácil acceso a la tecnología de la información y formas modernas de educación. En Perú los resultados de dicho programa fueron evaluados concluyendo que, aunque sí aumentaron los conocimientos prácticos de computación en los niños, su nivel de aprendizaje en matemáticas y lenguaje no fue afectado.

 

En otro ejemplo proveniente de Rumania, se dotó de recursos a los estudiantes para que adquieran una computadora para su casa. Lastimosamente, los niños utilizaron la tecnología para jugar, reduciendo el tiempo que dedicaban a hacer sus tareas. Este es quizás el peor de los escenarios, donde una política pública, que además consume grandes cantidades de recursos, produce resultados contrarios a los esperados y afectan negativamente el rendimiento académico en la escuela.

 

No obstante, pareciera que “el diablo está en los detalles”. Por ejemplo, en Beijing, China, fue evaluada una iniciativa de OLPC en el que eran incluidos software de matemática y chino, además de capacitación a los niños para que conocieran cómo sacarle provecho a estas herramientas. Seis meses después, no solo hubo leve mejoría en los resultados de pruebas estandarizadas, .33 en matemática y .17 en chino, sino también incrementó el tiempo en que los niños estaban interesados en aprender a costas de ver televisión. En Guatemala podemos hablar de la experiencia de Fundaciones como FunSEPA donde, con estudios cuantitativos, podemos mostrar el impacto en el aprendizaje de los niños gracias al correcto aprovechamiento de la tecnología en el aula.

 

La tercera intervención estudiada se centra en incrementar el horario escolar. La evidencia recopilada demuestra que este tipo de iniciativas son más efectivas cuando no se extiende el horario de todos los estudiantes para clases regulares, sino se dedica ese tiempo para ayudar a los niños con bajas calificaciones u otro tipo de problemas académicos. En Uruguay fue implementada la propuesta pedagógica “Escuelas de tiempo completo”, cuyo impacto en el rendimiento académico fue casi imperceptible. Sin embargo, en cuanto a las tutorías después del horario escolar, existe evidencia que sí pueden tener un impacto positivo, aunque el vínculo entre el tutor y el estudiante es muy importante.

 

Los resultados presentados nos demuestran, una vez más, que de nada sirve “tirarle más recursos al problema” si dichos recursos no son aprovechados correctamente. Me parece importante que, como país, hagamos una pausa para reflexionar sobre el ciclo de insumo hasta resultado de cada política pública (eficiencia técnica del gasto). Debemos analizar nuestros procesos de gestión para dimensionar las fugas que se generan por pobre capacidad de implementación y seguimiento, para así colocar en un lado de la balanza las iniciativas por aumentar recursos y en otro aquellas que aseguren su adecuada ejecución. Quizás es hacia el fortalecimiento de esas capacidades de gestión donde debemos de priorizar nuestros limitados recursos para maximizar su impacto.